El sonido de las aulas

lunes, 27 de enero de 2014
Aprender en la escuela, al contrario de lo que se creía (y aún se cree demasiado a menudo), no es un acto solitario, individual e introspectivo sino que es un acto colectivo, colaborativo y social.

Cerrad los ojos e imaginad una clase de, por ejemplo, 6.º de Primaria...

Si alguno de vosotros ha imaginado un aula con un profesor o profesora frente a una clase de niños y niñas de 12 años que escuchan sentados cada uno en su pupitre, mirando de frente a la mesa del profesor y tomando notas en completo silencio: ¡Tenemos un problema! Y si encima alguno ha visualizado además un encerado, con sus tizas y su borrador, y una tarima como elementos centrales del aula: ¡El asunto empieza a ser muy serio!

Os tengo que confesar que a mí me dan mucho miedo las aulas que están siempre en absoluto silencio. El silencio sepulcral o monacal me recuerda a un cementerio o a la quietud y la calma introspectiva de un monasterio. Yo prefiero las aulas que tienen un murmullo continuo, un rumor controlado y armónico como el de las olas del mar al romper en la orilla. Prefiero las aulas que están vivas, que se mueven, que se transforman... No me parece mal que de vez en cuando el caos se apodere de la actividad del aula, sin llegar a la anarquía total, claro.

"Pero eso es insostenible e insoportable", pensarán aquellos que creen que la escuela debe crear pequeños eruditos y futuros cracks del Trivial. Pero lo cierto es que la escuela debe formar personas con espíritu crítico, participativas, capaces de adaptarse a situaciones cambiantes... personas que tienen derecho a equivocarse y aprender de sus errores (no han de ser castigados por ellos). Y no se pueden formar personas así a base de escuchar en silencio y vomitar contenidos sin digerir. La escuela no debe proporcionar contenidos para memorizar sino que el conocimiento debe adquirirse, producirse, asimilarse y, por supuesto, utilizarse.

Para finalizar, me gustaría dejaros una frase para reflexionar:

Los problemas más importantes de la educación son los que aún están por llegar: ¡estad atentos! 

Leer, ¡qué gran aventura!: El libro de los profes Ángeles y Esteban

martes, 21 de enero de 2014
Hace ya algunos días que Ángeles Lara (@AngelesLara3) y Esteban de las Heras (@Estebandelashg) tuvieron la amabilidad de enviarme un ejemplar de su libro Leer, ¡qué gran aventura!

Justo en el mismo instante que acabé de leer la última página (con una sonrisa dibujada en mis labios) y cerré el libro, lo tuve claro: tenía que escribir un post sobre él. Aunque escribir sobre este libro, en realidad, es escribir sobre sus autores, sobre sus alumnos, sobre creatividad, sobre innovación, sobre entusiasmo, sobre educación.

Leer, ¡qué gran aventura! es una iniciativa didáctica y literaria que demuestra que nuestras escuelas están muy vivas, que no tienen que ser aburridas para los alumnos, y que nuestros docentes, a pesar de los pesares, mantienen un altísimo grado de implicación, una imaginación sin limites y una profesionalidad a prueba de bombas (léase leyes educativas sin sentido).

Tengo que comentaros que Ángeles da clase en primer ciclo de Primaria y Esteban es maestro de Educación Física y tiene buena mano para la literatura. Ambos son profesores en el CEIP Maestro José Acosta de Ceuta. Pues bien, un día decidieron escribir unos cuentos en los que los protagonistas son ellos mismos y sus alumnos. ¡No se me ocurre una herramienta mejor para motivar y animar a los niños en la lectura! Los alumnos se reconocen, se ríen, se sorprenden, se implican en el proceso de creación de las historias...

Dicen la frías estadísticas que a los niños y niñas de nuestros tiempos (esos a los que se les ha puesto la etiqueta de "nativos digitales") no les gusta leer. Creo que Ángeles y Esteban han conseguido demostrar que eso no es cierto. Les gusta leer aquello que les emociona, les sorprende, les reta, les abre nuevos horizontes... les gusta leer lo que les hace disfrutar.

Me escribieron una nota los autores del libro en la que me decían, entre otras cosas, "tienes que tener en cuenta que no somos escritores, sólo humildes maestros". Hay reside la verdadera grandeza de esta obra.

Ficha técnica:
LARA, Ángeles y DE LAS HERAS, Esteban: Leer, ¡qué gran aventura! Entrelíneas editores, Madrid, 2011.
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8 citas sobre el nuevo rol docente

lunes, 13 de enero de 2014
Repasando las notas de los últimos libros que he leído sobre educación he visto que existe una constante: la necesidad de dotar a los docentes de un nuevo rol. A continuación os dejo 8 citas que, en mi opinión, dan una imagen muy acertada de los que debe ser un profesor en el siglo XXI:


"Se supone que los maestros son personas que ayudan a los estudiantes a encontrar sus intereses en la vida, les enseñan a tomar decisiones, o a abordar problemas y los sensibilizan en determinados temas." (pág. 14) Roger SCHANK: Enseñando a pensar. Erasmus ediciones, Barcelona, 2013.

"De la educación al aprendizaje, podemos decir, de la jerarquía indiscutible de un profesor omniscente a su posicionamiento como guía, como orientador que ayude a digerir el flujo imparable de información en internet, que ayude a ser eficientes en la difícil tarea de convertirla (...) en conocimiento." (pág. 222) Dolors REIG: Socionomía. Deusto, Barcelona, 2012.


"Lo que los profesores enseñamos no es lo que los estudiantes aprenden." (pág. 35) María ACASO: rEDUvolution. Paidós, Barcelona, 2013.


"En una escuela moderna y democrática no deberían ser los alumnos quienes siguen a los maestros. Al contrario, los maestros, y también el personal no docente, deberían intentar crear un ambiente rico y estimulante, educativo ya en su planteamiento, su distribución y su equipamiento, y no sólo por lo que dentro de sus paredes se hace y se dice." (Pág. 149) Francesco TONUCCI: Peligro, niños. Graó, Barcelona, 2012.


"Y puede que, habiendo probado el dulce fruto de la comprensión, se sientan motivados para seguir siendo buscadores de conocimiento -quizás incluso creadores de conocimiento- durante el resto de su vida." (pág. 280) Howard GARDNER: La educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas. Paidós, Barcelona, 2012.


"Y para ser práctica, una enseñanza de calidad necesita propiciar y propagar la apertura de la mente y no su cerrazón." (Pág. 31) Zygmunt BAUMAN: Sobre la educación en un mundo líquido. Paidós, Barcelona, 2013.


"Debemos configurar mejor los cerebros de nuestros alumnos para que constantemente puedan aprender, crear, programar, adoptar, adaptar y relacionarse positivamente con lo que o con quien se encuentren, y de la forma en que se encuentren con ellos, que cada vez más será por medio de la tecnología." (Pág. 26) Marc PRENSKY: Enseñar a nativos digitales. SM, Madrid, 2011.


“No me importa cómo lo hagáis, pero cuando recorra esta escuela como director, quiero percibir que los niños tienen un sentimiento de que están viviendo su vida, y que yendo a la escuela aprenderán a vivir mejor.” (Pág. 74) Richard GERVER: El cambio. Conecta, Barcelona, 2013.

Que cada uno extraiga sus conclusiones...
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El valor del tiempo en la escuela

martes, 7 de enero de 2014
Los que emplean mal su tiempo son los primeros en quejarse de su brevedad.” Jean de la Bruyère (escritor francés, 1645-1696)

A pesar de que han transcurrido muchos años, recuerdo que en la escuela algunas clases se me pasaban volando y otras, en cambio, se me hacían eternas. Y, curiosamente, lo mismo me sucedía en el instituto y en la universidad.

Coincidía que las clases interminables y aburridas eran aquellas en las que el docente no paraba de hablar ni un segundo (algunos hablaban muy deprisa, otros, por el contrario, lo hacían con toda lentitud para que pudiéramos copiar una por una todas sus palabras) e incluso recuerdo a algún profesor que escribía en la pizarra lo que yo tenía que escribir en mis apuntes. En esas clases, que eran la mayoría, mi única tarea era la de tomar apuntes. Mi principal labor en la escuela, el instituto y la universidad era, pues, la de escriba (a imagen y semejanza del famoso Escriba sentado del arte egipcio), por ese motivo, esas horas de clases se convirtieron en torturas interminables.

En cambio, las clases que pasaban muy deprisa, aquellas que no quería que acabaran nunca, eran en las que debatíamos, experimentábamos, trabajábamos en equipo..., es decir, aquellas en las que participaba activamente haciendo alguna cosa que no fuera solo escuchar al “profe” y tomar apuntes de forma mecánica. Desafortunadamente, estas clases fueron las menos numerosas.

¡Sí!, el tiempo es relativo... a veces va muy deprisa y otras muy despacio. Además, el tiempo en la escuela es muy valioso por lo que no debemos malgastarlo. Lo cierto es que en la escuela se dedica demasiado tiempo (y demasiado esfuerzo) a hacer cosas que no tienen como objetivo que los alumnos aprendan sino que tienen como propósito que no causen problemas: que no alboroten, que no se muevan, que estén atentos, que hagan las labores de clase, que obedezcan...

Está muy extendida la idea de que ir a la escuela es el “trabajo” de los niños como el de los adultos es ir a la oficina, al taller, a la fábrica... En mi opinión, esa comparación tiene efectos muy perniciosos en nuestra forma de plantear las actividades escolares. Me explico: se percibe al alumno como un subordinado y al docente se le otorga una función autoritaria, de jefe al que se debe obediencia absoluta y fe ciega. De hecho, esta jerarquización de las relaciones entre profesores y alumnos recuerda, en cierto modo, al funcionamiento de la sociedad feudal, donde al rey se le rendía vasallaje.

Para hacer un uso adecuado del tiempo escolar es necesario planificar bien nuestras actividades, porque inevitablemente surgirán múltiples imprevistos. También debemos simplificar al máximo la organización y el funcionamiento del aula y establecer rutinas eficaces. Rutinas que deben cuestionarse periódicamente para valorar su eficacia y cambiarlas cuando sea necesario: no podemos hacer siempre lo mismo porque siempre se ha hecho así. No en vano, ya decía Francisco de Quevedo que “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, estamos condenando el futuro sin conocerlo.

Ahora bien aprovechar el tiempo no significa que tengamos que estar en todo momento haciendo tareas. Aunque pueda parecer paradójico, el descanso es necesario para aprovechar adecuadamente el tiempo de aprendizaje... y no basta con el tiempo de recreo. Es necesario establecer pausas en la dinámica del aula, momentos de desconexión, que ayuden a no perder ese estado que podemos llamar “tensión de aprendizaje”. Pausas que tienen que estar programadas y que deben romper con la monotonía y la rigidez académica: podemos hablar de temas que les interesen, de la película que dieron ayer por la tele, de cómo se relacionan chicos y chicas... Debemos hablar de las cosas que les resultan verdaderamente interesantes que nunca están recogidas en los currículos.

Por todo ello, propongo que las aulas se conviertan en un ágora, en una plaza donde se reúnen profesores y alumnos para dialogar y aprender juntos, donde se democratice el funcionamiento de las clases, donde se comente qué es lo que se quiere aprender y de qué modo... En definitiva, se trata de hacer que los alumnos también participen activamente de la organización escolar. Se trata de conocer qué es lo que les interesa, lo que les motiva y aprovecharlo para que aprendan (no para que aprueben) y para que disfruten al mismo tiempo.

Los docentes deben explicar menos para que los alumnos aprendan más. Los alumnos deben estudiar (empollar, memorizar...) menos para aprender de verdad y que el tiempo que pasan en la escuela sea agradable y provechoso para su vida.
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